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Recuerdos de Milo Auerbach



Otro pasaje del libro en el que recuerdo a mi querida calle Nueva York de Berisso.

Recuerdo a los marineros de los barcos ingleses que atracaban frente a los frigoríficos, caminando por la calle,la mayoría borrachos después de saciar su sed con cerveza en el Bar Inglés de Thomas Dawson.

El transporte que la recorría con mucha frecuencia era el tranvía. El que venía de La Plata era el número 25. El número 24 llegaba hasta Los Talas recorriendo toda la calle Montevideo, la calle principal y más larga de Berisso. El 23 seguía hasta el balneario Palo Blanco. Yo recuerdo que terminaba su viaje al llegar a un puente a unos mil metros de la playa. De allí salía un abierto carruaje sobre rieles, "la zorra", que, arrastrada por dos caballos, conducía a los pasajeros hasta la zona ribereña por unas pocas monedas. Era para mí lo más lindo del paseo.

Vale la pena que recuerde en especial al tranvía 25. No creo que en otros lados hubiese un transporte como era el de esa línea. Eran los tranvías más grandes de la zona. A pesar de las vías desparejas, su suspensión era semejante a la del ferrocarril y su asientos, increíble, ¡tapizados en cuero!. Fue muy doloroso ver a esos confortables asientos destrozados a cuchillazos, producto de la ira de algunos irresponsables pasajeros en señal de protesta debida a alguna demora en el horario. Al recordar a los tranvías, recuerdo también cómo nos gustaba mezclar algunas substancias, colocar la mezcla entre dos tapitas de envases de "sidral", una bebida gaseosa dulce y si alcohol, ponerlas sobre las vías del tranvía y oír el fuerte estampido de la explosión a su paso por la calle Nueva York.

Los coloridos carruajes y automóviles camuflados o adornados, producían una sensación de fiesta y alegría durante los días que duraba el carnaval. La municipalidad colgaba sobre la calle Nueva York, hileras de lámparas multicolores e instalaba palcos de madera en las veredas. Desde allí la gente observaba con comodidad a los carruajes, como así también al incesante desfile de murgas, comparsas y disfraces, entrelazados por onduladas serpentinas y cubiertos con papel picado que se arrojaban entre sí, en medio del continuo y fuerte sonar de cornetas, pitos, bocinas, bombos, cánticos de murgas, pregón de vendedores y gritos de mascaritas. Muy interesante era ver el desfile de comparsas que intervenían en certámenes con suculentos premios en efectivo. A su vez, los bailes que los clubes de los frigoríficos hacían, eran verdaderos acontecimientos. Amenizaban las mejores y más renombradas orquestas típicas y de jazz del momento.

Contrastando con el carnaval, un transporte que a mí me producía una rara sensación de tristeza, miedo, curiosidad y misterio, era el de las pompas fúnebres. Tengo bien presente el carruaje negro de lento andar, con cortinas negras de terciopelo a cada lado, en los que iban prendidas las letras doradas con el nombre del difunto. Adentro y visible, el suntuoso y lustrado ataúd con manijas de bronce y cubierto con flores. Una gran cruz sobresalía en la parte superior del transporte. Dos conductores vestidos también de negro, con guantes blancos y galera, sostenían las riendas de los obscuros equinos que arrastraban el carruaje. Detrás, un largo séquito formado por deudos y personas relacionadas, vestidos de riguroso luto que caminaban por centro de la calle Nueva York, acompañando por última vez al ser querido.

Cruzando la Valparaíso, la calle Nueva York no tenía viviendas. A esa manzana la llamábamos el "campito", con solo dos construcciones de madera. En la esquina formada por esas dos calles estaba el estudio fotográfico de don Jacobo Berman y familia.

En la esquina con la calle Montevideo, un aserradero que proveía maderas para construcciones y carpinterías. Ese "campito" era nuestro lugar de juegos, nuestro verdadero paraíso. En ese lugar, al lado de la casa de fotografías, en el año 1944 se realizó la famosa asamblea que organizó el sindicato de la carne, en la que el sindicalista Cipriano Reyes presentó en un palco frente a los obreros, al entonces coronel Juan Domingo Perón. Yo pasé ese día por allí de casualidad. En ese mismo lugar se construyó luego el Hogar Social de Berisso.


Milo.