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Hugo Guerrero Marthineitz - por Sergio Pujol en RazonEs de Ser


EL ARTE DE LA RADIO

Para quienes el nombre de Hugo Guerrero Marthineitz suena a cosa de otro tiempo, del todo carente de referencias personales, las modestas necrológicas que en estos días nos informaron de su muerte a los 86 años nada ayudarán a situarlo en el trono que supo ganarse en la historia de los medios. Quiero compartir con los lectores de Diagonales un perfil de Hugo Guerrero. Un perfil que dibujaré no con datos de archivo, sino con los recuerdos de aquel precoz oyente de radio que fui. Dejaré de lado al Marthineitz de la televisión, así como al tardío radiofonista de la canalla Radio 10.


Lo apodaban "El Peruano Parlanchín". Si bien él trabajó como nadie, hasta la exasperación, el silencio a micrófono abierto, sus extensos monólogos eran su firma, al lado de su plástico fraseo y ese tono castizo altoperuano que también admirábamos en Pedro Aníbal Mansilla. En efecto, Hugo Guerrero era parlanchín porque hablaba largo y tendido. A veces, su deriva nos aburría un poco, pero sacábamos paciencia de nuestro apetito musical a la espera de ese disco que él, sólo él, era capaz de elegir y difundir, distinguiéndose así por varios cuerpos de todos sus colegas. En definitiva, El Peruano era un hombre de la música. Sus increíbles puestas en escena radiofónicas tenían siempre una prima dona: la música popular.


En tiempos de la payola –así se llamaba la coima con la que las grandes discográficas compraban a los programadores musicales para afianzar su lugar en el mercado–, El Peruano fue el Llanero Solitario de la buena música. Vanidoso, le gustaba describir con detalle los fracasados intentos para corromperlo: esa caja de whisky importado, aquella colección de habanos cubanos, la promesa de un contrato algo turbio. Una risa cavernosa rubricaba la anécdota.
 
Pero que fuera un disc-jockey insobornable no significaba que fuera un elitista. Despojado de todo prejuicio en la materia, podía demorar su entusiasmo sobre una canción baladí o sobre alguna obra maestra. Así nos enseñaba a escuchar sin tapaderas ni restricciones, buscando perlas entre la basura y vida en la letra muerta de las enciclopedias. Para El Peruano, elegir un disco suponía una apuesta estética y ética. Un acto de militancia artística, podría decirse. Muchas veces, ese acto no tenía grandes consecuencias. E incluso podía ser insufrible, como cuando se obsesionó con "Argentino hasta la muerte", horrible canción de Roberto Rimoldi Fraga. Pero en ciertas ocasiones, la elección y la tenaz difusión incidían justicieramente en el destino de canciones que llegaría a ser clásicas. Fue lo que pasó con "Balada para un loco" de Piazzolla y Ferrer.


La balada había salido segunda en el Festival de la Canción porteña de 1969, polarizando a tradicionalistas y modernistas del tango. El Peruano estuvo semanas enteras haciendo rotar el disco en su programa El show del minuto por Radio Belgrano. Una, dos, tres veces en una misma tarde. Fue así que la voz de Amelita Baltar se nos volvió tan familiar como las de nuestras madres y hermanas. El Peruano hablaba arriba del disco, recitado sobre recitado, como un fisgón de la música que no puede contener sus ansias de intervenir. Festejaba, aprobaba y recomendaba. Tenía autoridad para hacerlo. Y así convencía, dejando que la música pudiera hacer su trabajo de seducción sin el corsé de lo que hoy tan pomposamente llamamos "la agenda mediática".
 
Se dirá que eran otros tiempos de la radio. Que muchos locutores eran expertos en música. Que también rondaban por allí varios maestros del micrófono. Un Antonio Carrizo, por caso. Pero Antonio era voz de tango y folclore. Imbatible en lo suyo: un erudito. El Peruano, en cambio, se paseaba lo más campante por el ancho espectro de los géneros. Iba del bolero al jazz, del tango a la música pop. De la canción de tres minutos al solo de jazz de quince.


Jugaba con la sorpresa, y siempre ganaba. Y entre tema y tema leía cuentos para niños (sus "cuentos de grillito" nos deleitaban), poemas de autores clásicos y otras amenidades de la lengua. Así como ejercía una poderosa influencia en materia de consumo musical, no es exagerado afirmar que nuestro acercamiento a la ciencia ficción de Ray Bradbury tuvo bastante que ver con las lecturas que, frente a un micrófono dominaba soberanamente, El Peruano hizo de Crónicas marcianas.

Otros le adjudican la revelación de Cortázar y Borges.


Había tardes que mantenía el suspenso hasta el final: ¿con qué se iba a despachar cinco minutos antes de entregar el estudio al conductor siguiente? Después de escucharlo era difícil seguir con la radio encendida.
 
Su programa era extenso y dejaba a los oyentes muy plenos. ¿Para qué más? Nadie sale de un teatro para meterse en otro.


Entonces la vida continuaba en el afuera de la radio, hasta el próximo encuentro. Hasta que alguien –uno mismo– volvía a "clavar la sintonía" allí donde la radiofonía se había convertido en una de las bellas artes.

Sergio Pujol
Fuente: Diagonales (www.deljilguero.com.ar)
RazonEs de Ser

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