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La política internacional sin Bin Laden

La muerte de Bin Laden y el comienzo de una nueva era en la política internacional


Foto: Wikipedia

Por Luis Schenoni (*)
en Conexión 13

La mayoría de los artículos sobre la muerte de Osama Bin Laden se han abocado a analizar las características del operativo militar, el manejo del cuerpo, las implicancias de este hecho sobre la organización de Al Qaeda, la guerra en Afganistán, la política exterior paquistaní y otros temas similares. Todos estos análisis son de extremo interés para comprender la situación actual del terrorismo internacional, pero ninguno captura la esencia histórica de este momento.
La muerte de Osama Bin Laden tiene un significado mucho más profundo que merece ser resaltado: simboliza el fin de una era en la política internacional. Es un hito que advierte que la Guerra Global contra el Terror puede estarse agotando y con ella una batería de fenómenos y conceptos característicos de la era unipolar. Asistimos, de hecho, al desenlace de una historia que comenzó en algún momento de la década de 1990, cuando ante el nuevo orden mundial Estados Unidos definió las amenazas que debería afrontar en su rol de flamante policía global: las crisis e intervenciones humanitarias en ‘estados fallidos’, las guerras contra el narcotráfico, el crimen transnacional o el terrorismo fueron la otra cara de la hegemonía americana. Como destacó Hobsbawm, la palabra guerra comenzó a ser utilizada con un sentido que nunca había tenido. Las amenazas clásicas (particularmente la guerra entre grandes potencias) pasaron al olvido en un proceso que alcanzaría su cenit con los atentados del 11-S.

Desde entonces, Osama Bin Laden personificó la última y más grandiosa amenaza presentada por los Estados Unidos en su historia reciente: el Terror. El liderazgo norteamericano de occidente cobró un gran impulso y la solidaridad con Washington fue, al menos en un primer momento, prácticamente universal. Pero como suele suceder, en los años posteriores el mundo comenzó a cambiar. Por un lado, el problema del terrorismo no pudo ser controlado en aquellos lugares donde los Estados Unidos intervinieron para erradicarlo. La guerra en Afganistán sólo trasladó el problema a Pakistán y a otras regiones del mundo con la diáspora de una Al Qaeda paradójicamente fortalecida (en términos de reclutas e influencia política) por la misma relevancia que Washington le había otorgado. Mientras Estados Unidos se sobreexpandía en el combate de enemigos difusos, del otro lado, muchos estados carcomidos por guerras intestinas aprovecharon este contexto para fortalecerse llamando a sus respectivos rebeldes ‘terroristas’. Colombia frente a las FARC, Rusia frente a la insurgencia chechena, Sri Lanka frente a los Tigres de Tamil Elam, Uzbequistán frente al Movimiento Islámico, China frente a la insurgencia uigur, sólo por mencionar unos pocos dentro de una lista interminable de países con importantes problemas domésticos, lograron beneficiarse de su participación o simple aquiescencia frente a la Guerra Global contra el Terror. En suma, como producto del debilitamiento americano y el fortalecimiento del resto, o lo que Fareed Zakaria llamaría sin más vueltas ‘el ascenso de los demás’, los Estados volvieron a ser la amenaza. Desenlace realista si los hay para una historia de discursos hegemónicos y amenazas construidas.

Más allá de las teorías conspirativas, mucho se habló sobre la solución que los atentados del 11-S dieron a lo que Barry Buzan llamó el ‘déficit de amenaza’ que sufría Estados Unidos en la temprana post-Guerra Fría. Sin enemigos a la vista muchos grupos de interés en los Estados Unidos debían resignar su posición, Washington mismo debería abandonar el mismísimo liderazgo que ostentó en el occidente de posguerra, simplemente por el hecho de que no había nadie contra quien luchar, nada contra lo cual defenderse. Los atentados al World Trade Center solucionaron ese problema en el corto plazo, pero no podían hacerlo por siempre. Tarde o temprano el terrorismo iba a dejar de verse como una amenaza global. El hecho de que Osama Bin Laden haya caído, si no pone fin a esta historia, es el comienzo estridente de su último capítulo.

Aunque Obama se esfuerce en convencernos de lo contrario, algo debería estar claro: lejos estamos de presenciar una victoria americana. Al fin y al cabo sólo un hombre ha caído. Más aún, quizás los problemas sean mayores para Washington ahora que ya no existe Bin Laden, sea por la radicalización de los rangos inferiores de Al Qaeda, sea por el recrudecimiento de la guerra en Afganistán. Pero el punto aquí es que alguien decidió enviar a las profundidades del océano al eje de la estrategia de marketing para vender esta guerra al público americano y mundial. Los muertos del terrorismo ahora valen menos, Washington comenzará a identificar problemas mayores y paradójicamente es probable que al ignorarlo el problema del terrorismo internacional sea menor en el largo plazo. Sin dudas debieron ser semanas difíciles para algunos especialistas en muchas instancias de la burocracia norteamericana encargadas de averiguar y eventualmente decidir cuál será la nueva amenaza a la que Estados Unidos (y de ser posible, el mundo occidental) tiene que combatir con toda su fuerza. Para regocijo de muchos sinólogos, esta historia continua.

Así como la caída del muro de Berlín pasó a la historia como el símbolo del fin de la Unión Soviética y la amenaza comunista (aún cuando la Unión Soviética permanecía de pie), también la muerte de Bin Laden puede tenerse como el símbolo más fuerte del agotamiento de la Guerra Global contra el Terrorismo y el paso a una nueva era en las relaciones internacionales.

(*) Becario Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y Profesor de Política Internacional Contemporánea en la Universidad Católica Argentina (UCA)


Mayo de 2011
Enviado por Nueva Generación Moral

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