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De Milo Auerbach - El 2/12/2006


Historias personales en la calle Nueva York de aquellos tiempos.

Ese amigo solterón, Aaron Alterman, varios años mayor que yo, fanático de los valses vieneses, me enseñó a fumar. Nada menos que con los cigarrillos Gavilán negros. Bien de machos. Allí, a los 16 años de edad, comenzó mi carrera de fumador. Fumé 40 cigarrillos diarios durante 40 años. Hacé 26 que dejé el vicio. Lo logré después de varios intentos. No fue fácil pero feliz por haberlo hecho.

La vida al lado de mis padres mientras viví en la calle Nueva York, no me fue fácil. A pesar de que mi padre era muy alegre, animador de reuniones, chistoso y amante de la música, levantaba presión con facilidad, a veces hasta perder el control. Mi madre, una fanática de la limpieza. Me gobernaba en el más mínimo detalle hasta que entré al ejército, pues entonces no tuvo mas remedio que pasarle el mando a los militares.

El enojo con mis padres era muy frecuente. Yo me desahogaba con Aarón, a quién consideraba un buen consejero. Un día me dijo: -¿No te das cuenta cómo te controlan? -¿Porqué no te vas de tu casa? -este no es el trato que vos merecés-.

Me empilché bien, discutí con mi madre porque me puse el traje nuevo hecho a medida que ella había destinado para acontecimientos especiales, y me fui "para siempre" a la casa de una noviecita que tenía en la calle Perseverancia al 4400. Los estridentes gritos de mi madre ordenándome que vuelva, se iban atenuando a medida que me alejaba. Mi mamá cantaba muy bien. Tenía una potente y linda voz de soprano. Ya en la casa de mi futura, que en realidad no lo fue, mientras pensábamos sobre los pasos a seguir, suena el timbre de la calle. -Hay un señor que pregunta por vos- me dijo la que se volvía loca por ser mi suegra.

No con muchas ganas salí a ver de quien se trataba. Era Leopoldo Glaser, el padre de Raquel Glaser de Makler, el carpintero a quien yo llamaba tío. Un hombre bueno, muy inteligente, amigo mío a pesar de la diferencia de edad. No me reprochó nada. Sólo preguntó qué es lo que pasó. Comenzamos a caminar por la calle Montevideo mientras conversábamos, tratando él de disculpar a mis padres. Dentro de la profunda emoción y excitado como estaba, no me dí cuenta que lentamente me estaba reintegrando a mi hogar. Entré a mi casa después de rendirme a sus ruegos.

Encontré un panorama enlutado. Mis padres con los ojos enrojecidos por el llanto, sentados frente a la mesa en el comedor. -¿Por qué te fuiste, desagradecido?- Reprochó mi padre. -Por el trato que recibo de Uds.- contesté. -¿Yo trato malo?- Enfurecido, tomó el pan de manteca que tenía al lado y me lo zampó sobre el traje nuevo. Mi madre volvió a gritar no sé si por mí o por el flamante traje a medida. Bajé la cabeza y al ver la manteca pegada sobre mi vestimenta, miré a mi tío y le pregunté: - ¿Ahora ves porque me fuí? -Disculpalo, está muy triste y nervioso...- minimizó en su respuesta. La paz volvió al hogar gracias a él. Y gracias a él me salvé del futuro incierto que mi buen consejero me había presentado.

Ya de viejo, mi padre fue otra persona. Si bien conservó su buen humor, junto a las fuerzas también perdió su capacidad para irritarse. Murió a los 85 años siendo muy querido por todos. Mi madre lo hizo 14 años mas tarde. Ella sólo era 17 años mayor que yo.

Un abrazo, Milo.

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