Opinión24 de abril:
El genocidio continúa
Por Emilio Nazar Kasbo,
descendiente de armenios,
especial para Agencia NOVA.
Cada 24 de abril una sombra cubre el alma de todo armenio: el recuerdo del holocausto que en esa fecha del año 1915 dio lugar a la más horripilante masacre del Siglo XX: el genocidio islámico turco contra los armenios.
Pueblo de frontera
Hay quienes creen que es un hecho del pasado, sin embargo la personalidad armenia, que es de vanguardia, lo hace vivir en ese peligro en forma permanente. Al decir del Papa Juan Pablo II en su discurso del 27 de septiembre de 2001 en el Aeropuerto de Erevan: "El pueblo armenio ha pagado a un precio muy alto su existencia de frontera, de suerte que los términos 'santidad' y 'martirio' han llegado a ser sinónimos en vuestro vocabulario".
Tener una "existencia de frontera" significa ser un pueblo de vanguardia, de ser "adelantados" en el concepto hispánico del término. Y eso es todo un orgullo, ya que implica asumir la posición de avanzada, en las misiones más difíciles.
En 2007 el periodista de origen armenio Hrant Dink fue asesinado en manos de un fanático islámico turco al grito de "maté un infiel", en represalia por su prédica a favor del reconocimiento. Su entierro fue acompañado por más de 100.000 personas que colmaron las calles de Estambul bajo la consigna "todos somos armenios".
Asesinato en Buenos Aires
En pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, el 8 de abril de 2008 Gagik Sargsyan, apodado "Gago", un comerciante joyero armenio de 47 años alertó de un robo a un negocio vecino y al ingresar con un policía fue salvajemente baleado con armas calibre 45 por dos ladrones. Y mientras el policía quedó mal herido en un pulmón y en los intestinos, a Gagik le impactaron cuatro disparos en el brazo, el pecho, una oreja y la espalda. En señal de duelo, los negocios de la cuadra de Libertad al 300 bajaron las persianas.
"Gago" había llegado de Armenia hacía 10 años y estaba preparando la boda de su hija. Según refirió el diario Clarín, un rato antes de que lo mataran contó a su amigo Artur (también armenio y joyero de la zona) que estaba atareado porque había llegado de Estados Unidos su yerno con su familia para pedir la mano de su hija.
Al oír los disparos, Artur le preguntó en armenio cuál era su nombre para saber si estaba conciente y le respondió, lúcido. "Era un hombre buenísimo que encontró la muerte por querer ayudar a sus pares, así era este hombre. Estamos todos destruidos", expresó el amigo. Así se describe la personalidad armenia, cuya concepción cristiana de teológico amor al prójimo predicado por Jesucristo es norma.
Cuando se enteraron de la muerte de Sargsyan, varios miembros de la comunidad armenia fueron al hospital Argerich. Entre ellos estaba el ex dirigente del Deportivo Armenio, Noray Nakis, quien había trabajado con la víctima. Luego fue velado en el Club Armenio, en Capital.
Santidad y martirio
El Beato Monseñor Ignacio Maloyan, obispo de Mardin (actual Turquía), fue torturado y luego asesinado el 11 de junio de 1915 por islámicos fanáticos que le ofrecían aceptar a Mahoma como profeta para salvar su vida, a lo cual el obispo se negó. Con él, un importante contingente de armenios fueron masacrados. Baste este ejemplo como caso que fue repetido en muchas historias familiares armenias.
Dos palabras marcan al pueblo armenio, según Juan Pablo II: santidad y martirio. Todos los que tenemos ascendientes que han sido víctimas directas del genocidio sabemos lo que eso significa.
No es una experiencia unitaria, personal o familiar. Es una experiencia de todo un pueblo. Y si bien hoy, en la generación tercera, no hemos sido víctimas directas del genocidio, sí somos víctimas indirectas, víctimas en otro sentido.
Víctimas, porque es doloroso el recuerdo y los silencios de quienes no han sabido transmitir plenamente los sucesos, provocando una crisis de identidad en los descendientes, aunque haya sido para no dejarles malos recuerdos. Víctimas porque no se permitió la práctica de la fe cristiana, porque la masacre fue en odio al cristianismo en general. Víctimas porque cada familia fue privada de su vida en la región donde tradicionalmente había habitado, obligados a ser emigrantes, para nacer en las más dispersas naciones. Víctimas, porque políticamente se intentó borrar una nacionalidad. Víctimas, porque social y económicamente cada familia padeció robos y confiscaciones hasta dejarlas en la indigencia.
Pero así como se es víctima, tales dolores que llegan al martirio cruento o incruento, son ofrecidos en unión al sacrificio de Jesucristo, en lo cual se encuentra la Santidad. Porque ya que todos hemos de morir, que Dios nos dé la gracia de morir mártires y santos, por la causa más noble que puede existir en el mundo: por Jesucristo y el espíritu santo, por la patria terrena que es reflejo de la celestial, y por la familia que es un sacramento de vida.
Cada 24 de abril una sombra cubre el alma de todo armenio: el recuerdo del holocausto que en esa fecha del año 1915 dio lugar a la más horripilante masacre del Siglo XX: el genocidio islámico turco contra los armenios.
Pueblo de frontera
Hay quienes creen que es un hecho del pasado, sin embargo la personalidad armenia, que es de vanguardia, lo hace vivir en ese peligro en forma permanente. Al decir del Papa Juan Pablo II en su discurso del 27 de septiembre de 2001 en el Aeropuerto de Erevan: "El pueblo armenio ha pagado a un precio muy alto su existencia de frontera, de suerte que los términos 'santidad' y 'martirio' han llegado a ser sinónimos en vuestro vocabulario".
Tener una "existencia de frontera" significa ser un pueblo de vanguardia, de ser "adelantados" en el concepto hispánico del término. Y eso es todo un orgullo, ya que implica asumir la posición de avanzada, en las misiones más difíciles.
En 2007 el periodista de origen armenio Hrant Dink fue asesinado en manos de un fanático islámico turco al grito de "maté un infiel", en represalia por su prédica a favor del reconocimiento. Su entierro fue acompañado por más de 100.000 personas que colmaron las calles de Estambul bajo la consigna "todos somos armenios".
Asesinato en Buenos Aires
En pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, el 8 de abril de 2008 Gagik Sargsyan, apodado "Gago", un comerciante joyero armenio de 47 años alertó de un robo a un negocio vecino y al ingresar con un policía fue salvajemente baleado con armas calibre 45 por dos ladrones. Y mientras el policía quedó mal herido en un pulmón y en los intestinos, a Gagik le impactaron cuatro disparos en el brazo, el pecho, una oreja y la espalda. En señal de duelo, los negocios de la cuadra de Libertad al 300 bajaron las persianas.
"Gago" había llegado de Armenia hacía 10 años y estaba preparando la boda de su hija. Según refirió el diario Clarín, un rato antes de que lo mataran contó a su amigo Artur (también armenio y joyero de la zona) que estaba atareado porque había llegado de Estados Unidos su yerno con su familia para pedir la mano de su hija.
Al oír los disparos, Artur le preguntó en armenio cuál era su nombre para saber si estaba conciente y le respondió, lúcido. "Era un hombre buenísimo que encontró la muerte por querer ayudar a sus pares, así era este hombre. Estamos todos destruidos", expresó el amigo. Así se describe la personalidad armenia, cuya concepción cristiana de teológico amor al prójimo predicado por Jesucristo es norma.
Cuando se enteraron de la muerte de Sargsyan, varios miembros de la comunidad armenia fueron al hospital Argerich. Entre ellos estaba el ex dirigente del Deportivo Armenio, Noray Nakis, quien había trabajado con la víctima. Luego fue velado en el Club Armenio, en Capital.
Santidad y martirio
El Beato Monseñor Ignacio Maloyan, obispo de Mardin (actual Turquía), fue torturado y luego asesinado el 11 de junio de 1915 por islámicos fanáticos que le ofrecían aceptar a Mahoma como profeta para salvar su vida, a lo cual el obispo se negó. Con él, un importante contingente de armenios fueron masacrados. Baste este ejemplo como caso que fue repetido en muchas historias familiares armenias.
Dos palabras marcan al pueblo armenio, según Juan Pablo II: santidad y martirio. Todos los que tenemos ascendientes que han sido víctimas directas del genocidio sabemos lo que eso significa.
No es una experiencia unitaria, personal o familiar. Es una experiencia de todo un pueblo. Y si bien hoy, en la generación tercera, no hemos sido víctimas directas del genocidio, sí somos víctimas indirectas, víctimas en otro sentido.
Víctimas, porque es doloroso el recuerdo y los silencios de quienes no han sabido transmitir plenamente los sucesos, provocando una crisis de identidad en los descendientes, aunque haya sido para no dejarles malos recuerdos. Víctimas porque no se permitió la práctica de la fe cristiana, porque la masacre fue en odio al cristianismo en general. Víctimas porque cada familia fue privada de su vida en la región donde tradicionalmente había habitado, obligados a ser emigrantes, para nacer en las más dispersas naciones. Víctimas, porque políticamente se intentó borrar una nacionalidad. Víctimas, porque social y económicamente cada familia padeció robos y confiscaciones hasta dejarlas en la indigencia.
Pero así como se es víctima, tales dolores que llegan al martirio cruento o incruento, son ofrecidos en unión al sacrificio de Jesucristo, en lo cual se encuentra la Santidad. Porque ya que todos hemos de morir, que Dios nos dé la gracia de morir mártires y santos, por la causa más noble que puede existir en el mundo: por Jesucristo y el espíritu santo, por la patria terrena que es reflejo de la celestial, y por la familia que es un sacramento de vida.
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