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Un anticipo gracioso de la próxima versión del libro de Milo Auerbach



Nuestro amigo Milo Auerbach, el chico que se crió en la calle Nueva York y escribió un libro con sus recuerdos sobre esa etapa de su niñez-juventud, nos envía tres nuevas anécdotas que serán incluidas en una nueva versión de esa publicación. ¿Las compartimos? 
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La eficacia de un jabón.
              Dado al carácter jovial, mis padres lograron tener muchos amigos. No solamente vecinos sino también de otras ciudades que buscaban acercarse a ellos. Lo pasaban muy bien con sus cantos y los chistes que mi papá solía contar. Yo también participaba a veces de las alegres tertulias en mi casa.
              En una de las que estuve presente, una de las mujeres cuya amistad mantuvo hasta sus últimos días, comentando la eficacia del  producto de limpieza "Jabón Lux en escamas", de reciente aparición en el mercado, dijo lo siguiente: -Ese jabón es extraordinario. No solamente es bueno para ser usado en la limpieza de medias de seda y demás prendas delicadas, como dice la propaganda, sino también es buenísimo para otros usos. Yo probé lavarme la cabeza con él, y, de no creer cómo limpia ese jabón, el agua salió renegrida....-
El robo
              Conozco poca gente que alguna vez no fue víctima de un hurto o robo. A nosotros nos robaron varias veces. La primera de ellas vale la pena ser contada.
              No hacía mucho tiempo que me había casado. Salimos por dos horas a visitar a mis padres que vivían a pocas cuadras. Al volver, un panorama desastroso se presentó ante nuestros ojos. Vidrios rotos y el dormitorio revuelto. Las puertas del ropero forzadas sin las joyas que allí teníamos guardadas.
              Por supuesto, fui a la policía para denunciar lo sucedido. Después de no corta espera, me recibió el oficial de guardia. Una persona alta, delgada con un uniforme impecable en el que se destacaba una blanca camisa y delicada corbata. Muy ceremonioso y con aires de culto oficial sentado frente a una máquina describir, comenzó preguntando nombre y apellido, edad, estado civil, domicilio, documento de identidad, para luego invitarme, con mucha delicadeza como suelen hacer los versado y cultos oficiales de la policía, a que comience a declarar.
              Después de escuchar atentamente mi relato me dice: -Muy bien señor. De acuerdo a lo que usted declara, saco en conclusión que los ladrones conocían su casa y sus costumbres, porque fueron directamente al lugar donde usted guardaba lo que le robaron, sin haber buscado en otros lugares de la casa-. -Permítame, señor oficial,- le contesté -Yo pienso que eso no es motivo para deducir que los ladrones me conocían. Es natural que sea el ropero en el dormitorio el primer lugar que revuelvan. Si no encuentran nada, siguen buscando en el resto de la casa. Yo pienso que al haber encontrado allí un buen botín, ante el temor de ser sorprendidos se contentaron con él y se escaparon-
              El oficial se quedó pensando unos momentos, y con un gesto que expresaba haber aceptado mi punto de vista, volvió a teclear. De un tirón extrajo la hoja de la máquina y me pidió que firmara mi declaración. Lógicamente antes de firmar leí lo que en el papel estaba impreso. No podía creer lo que ese aparentemente culto y versado oficial había escrito.
-No, señor oficial, usted no me entendió- le dje, -los ladrones me robaron solamente joyas, no un botín-.
Cómo entrenar a soldados.
              Una de las condiciones que debe tener un buen soldado, es saber cómo sobrevivir física y anímicamente en situaciones adversas, y poder acatar órdenes aunque no sean del agrado del soldado.
              Teníamos un sargento que encontró una manera muy eficaz para desarrollar en su gente esa última condición. Uno de los costados del campo de entrenamiento del batallón de comunicaciones de City Bell, donde yo prestaba servicio, lindaba con una angosta calle de tierra en donde había chalets que algunos habitantes de la ciudad de La Plata usaban para pasar las vacaciones o el fin de semana. Dos hermosas jovencitas solían ocupar uno de ellos. En horas de la mañana se sentaban para tomar sol en el jardín al frente de la casa, vestidas con trajes de baño que dejaban lucir sus esculturales piernas.
              El cruel sargento, cada vez que se enteraba que las niñas estaban en exposición, llevaba a su pelotón a marchar casi pegado al alambrado. Al pasar frente a las bellezas que descansaban sentadas a pocos metros a la izquierda de los soldados, un fuerte grito: -¡vista a la derecha!, derecha... ¡dre!!!- nos obligaba a girar la cabeza en sentido contrario durante la marcha. Por más que tratábamos de girar nuestras pupilas hacia el otro lado, nuestro campo visual no alcanzaba a involucrarlas, mientras que el desalmado suboficial las miraba y saludaba sonriendo.  
Milo Auerbach

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