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Un tema macabro pero que no es para tanto - Samuel Auerbach


El abordar esta vez el tema de la muerte, puede ser que haga pensar a los lectores que lo hago debido a que, por la avanzada edad que tengo, me estoy acercando a ella. No es así. Desde mi temprana juventud fue un tema que me apasionó. Justamente fue un pensamiento mío sobre el más allá, el que me salvó de un fracaso en el año 1941, mientras cursaba el cuarto año de los estudios secundarios en el Colegio Nacional de la ciudad de La Plata, República Argentina. Mi profesor de literatura era nada menos que el famoso escritor Ezequiel Martínez Estrada. Si bien en ese entonces leía en poco minutos folletos o delgados libros sobre ajedrez, interesantes y curiosos experimentos de física y química, cursos de fotografía, de recepción radiofónica, temas de astronomía o sobre trabajos manuales, no podía ni ver los gruesos volúmenes de novelas que el programa de literatura exigía. Cierto día a principios del año lectivo, este prestigioso profesor me pide que pase al frente del aula para que hable sobre “La apología de Sócrates” de Platón, el libro que sobre la muerte del filósofo griego supuestamente yo debía haber leído. Muy poco pude exponer porque solo había ojeado un resumen de su contenido. En vez de enfadarse conmigo, el eminente escritor comenzó a hablar sobre el tema con el amor y entusiasmo con que siempre lo hacía, mientras yo permanecía inmutable parado como una estatua al frente de la clase. Visiblemente emocionado por sus propias palabras, me preguntó si yo alguna vez había pensado en la muerte. Le dije que sí, que lo había hecho muchas veces. ¿Y a qué conclusión llegó usted?. Cuando le dije que la muerte es la muerte de todo lo que nos rodea, después de permanecer pensativo por unos instantes, sin agregar nada me pidió que regresara a mi banco. Me aprobó la materia sin que nunca más volviera a pedirme que pase al frente a exponer.

No creo que exista alguien que alguna vez no haya pensado en la muerte. Ese tema ha sido motivo de intriga en todos los tiempos. Qué es lo que le sucede al individuo cuando se muere, fue la pregunta que alguna vez todos nos hemos hecho. Muchos dicen no tener respuesta. Otros creen en el mas allá, una nueva vida que comienza a funcionar cuando lo deja de hacer el cuerpo. Los que creen que los seres vivos se componen de dos elementos, el cuerpo y el alma, están convencidos que después de la muerte el alma sigue existiendo independientemente del cuerpo que lo contenía, y sube al cielo, baja al infierno o deambula disimuladamente en el mundo entre los vivos.

Los que separan el alma del cuerpo es común que teman a la muerte. Es el natural temor a lo desconocido. Si su alma ya no tiene el lugar que tenía, ¿a dónde se dirigirá después de la muerte?. Ese temor no lo tienen los animales. Se defienden contra la muerte, no porque tienen miedo a morir sino porque están movidos por su natural instinto de conservación. Algunos humanos tampoco le temen a la muerte. Son entrenados a creer que su alma será premiada con un pasaje seguro al cielo con eterna validez, si mantienen en la Tierra el comportamiento que sus entrenadores consideran como bueno. La concepción que la gente tiene del buen comportamiento es variable. La mayoría de los predicadores basan el bien en preceptos morales y normas de armónica convivencia. Otros quitan a sus fieles el miedo a la muerte asegurándoles que su Dios los recibirá en el paraíso con vírgenes si matan y destruyen, aunque si para ello se tengan que inmolar. Nunca se publicó con qué espera Dios a mujeres que no tienen miedo morir. Supongo que para que no haya diferencias, será con robustos y bien dotados galanes.

Los pragmáticos piensan distinto. Según ellos, el alma, que para algunos es el “yo” o el conocimiento sobre sí mismo, sobre su existencia y su relación con el mundo incluso el tiempo, desaparece cuando el cuerpo deja de vivir, porque su presencia es producto de la información que le transmiten los sentidos en él instalados. Fue lo que en pocas palabras le dije a mi inolvidable profesor de literatura hace casi setenta y tres años. Debido a esa convicción no temen a la muerte, pues si su alma desaparece junto a su cuerpo al morir, no hay nada que lo pueda hacer sufrir . Todas estas reflexiones se las plantea el vivo como espectador que ve la muerte en sus semejantes. Pero el actor, el que abandona la vida ¿cómo se imagina que puede ser la muerte?. Aunque parezca ciencia ficción, muchos durante algunos momentos de su vida han experimentado la muerte. En una persona anestesiada o en los que pierden el conocimiento por distintos motivos, a su cerebro bloqueado no le llegan los estímulos que sus sentidos le puedan transmitir. En esos momentos no siente nada. El primer instante de su despertar, continuará sin interrupción con el último momento en que estuvo consciente antes de recibir el efecto del anestésico. El lapso que duró la anestesia no existió para el paciente, no lo vivió y es como si hubiera estado muerto. No reacciona ante los estímulos como le sucede a los muertos. En la muerte real ese relativo corto tiempo se hace eterno, por lo que se puede aceptar que morir es la detención eterna del tiempo. Lo mismo sucede durante el sueño. Aunque algunos científicos afirman que es imposible dormir sin soñar, el no recordar el sueño es como no haber soñado. Cuando eso nos sucede, el tiempo desaparece y la noche se nos pasa en un santiamén. Por lo tanto, dormir sin soñar para el que duerme es similar a estar muerto, y si sueña vivirá solamente en el mundo de los sueños. En conclusión y para nuestra tranquilidad ¿quién alguna vez no durmió sin soñar, o no estuvo anestesiado o no se desmayó?. Así estaremos cuando nos llegue la hora, pero con la diferencia que será para siempre.

Por otro lado, bien podemos decir que morir es volver al lugar donde estuvimos antes de nacer.

Samuel Auerbach.
Natanya, Israel.
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