De pronto, ocurrió. Los tomates de los cajones de nuestros verduleros berissenses comenzaron a elevarse hacia la estratósfera menemiana. Primero lentamente y luego con movimiento uniformemente acelerado, se fueron alejando de nuestro alcance, de las posibilidades de nuestros bolsillos, de su presencia en la mesa familiar.
Entonces ya no nos fue posible, al enojarnos por la situación, ponernos "rojos como un tomate" por la ira. Tampoco los responsables se atreven a ponerse "colorados como un tomate" por sentir algo de vergüenza. Salvo los de arriba de todo, que pueden darse el lujo de que por sus venas circule "jugo de tomate frío".
Es que cuando alguien de Economía es entrevistado por la cuestión suele en su respuesta "agarrar para el lado de los tomates".
En fin, que habrá que ir a algún barcito y pedir una botella de ginebra para darse el lujo de repartirla en las copitas de los amigos diciéndoles: "tomate una", "tomate dos", ... ya que con lo que cuesta un kilo del rojo fruto de los huertos - hoy cuasi ausente - pueden satisfacerse dos más de cuatro.
Daniel Galatro
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