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El secuestro de la gallina de los huevos de oro


EL INVEROSÍMIL SECUESTRO DE LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO Y LA OPINIÓN PÚBLICA.

Una "fábula" de
Bernardo Schifrin
en RazonEs de Ser
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Creemos que la defensa del medio ambiente amerita intercalar entre las poesías extasiadas de naturaleza esta extensión en prosa.
El inverosímil secuestro fue posible dado el doble rol de la gallina, en primer lugar el de progenitora y madre, luego el de fuente de ingentes riquezas, o viceversa, según se lo considere.
Contribuyó a enmascararlo la urgencia de los seres humanos por satisfacer sus necesidades , cuando los bienes que ella proporcionó excedieron las más elementales.
Entonces se adoptaron convenciones que rigieron las relaciones de los humanos con la gallina y la apropiación de los huevos de oro.
Esas convenciones se llamaron trueque, comercio, dinero, propiedad, ley, creencia, gobierno, etc. Acerca de estas convenciones surgieron infinidad de doctrinas que se sofisticaron con el correr del tiempo.
De la observación de nuestra gallina surgió la ciencia y del mejor aprovechamiento de los huevos, la tecnología, con lo que la riqueza creció en forma exponencial, y la avidez por el vil metal también.
Los expertos comenzaron a manipular las convenciones que regían la apropiación, las endiosaron al punto de considerarlas más importantes que a la misma gallina, y se convirtieron de usureros en financistas, de propietarios de tierras y medios productivos en directores de grandes empresas trasnacionales, de servidores incondicionales en yuppies, de periodistas independientes en defensores de los intereses de quienes contrataban más publicidad, de escritores en colaboradores en el negocio del entretenimiento, de políticos en manipuladores ambiciosos, etc.
Y todo el mundo estaba tan enardecido, stressado por lo que no poseían, o no perder lo que tenían, que el secuestro de la gallina de los huevos de oro pasó desapercibido.
Recién cuando la gallina comenzó a dar síntomas de agobio, a cacarear fuerte y poner los huevos fuera del nido, algunos se alarmaron y se convirtieron en ecologistas.
Para multiplicar los huevos de oro se producía cada vez más, automotores, combustibles, torres de departamentos u oficinas, acondicionadores de aire y elevadores, energía eléctrica, envases descartables, papel para la publicidad de los diarios y el marketing, minerales metálicos y no metálicos, bebidas sin alcohol y con alcohol, drogas, cigarrillos, alimentos chatarra, caminos, aeropuertos, armas para combatir a los que se opusieran al desarrollo de la libertad del comercio y las técnicas más contaminantes, también armas para los terroristas, los criminales y la represión, a quienes no se las vendían gratis.
La gallina se desgañitaba, sofocada por la contaminación perdía su plumaje.
Vender lo que se producía era imprescindible para adueñarse de los huevos de oro, debía fomentarse en los consumidores una ansiedad urgente por poseer esos productos.
Se transformó en ídolos a los que consumían en forma desmedida, era síntoma de elevación, de status, y cuando alguna ansiedad consumista quedaba insatisfecha se sentían fracasados.
El ideal era una perpetua espiral del consumo, en pro de los huevos de oro, que las convenciones rebautizaron como dividendos o utilidades.
Los innecesarios para el crecimiento de las utilidades eran considerados inútiles desocupados, desplazados por el desarrollo de la mecanización y el desarrollo tecnológico.
A la competencia por las utilidades, a la ansiedad por consumir se agregó la inseguridad provocada por la agresividad de los marginados que además de sus necesidades para subsistir también experimentaban la ansiedad por abandonar la marginalidad y participar del festival consumista.
La mano dura resultaba impotente en ese diario combate de todos contra todos, los más corruptos e inescrupulosos, si mañosos, triunfaban con desenfreno.
Curiosamente ni los triunfadores ni los perdidosos, vivían en paz. Los que querían mantener la calma y su posición, debían ser atendidos regularmente por psiquiatras, para no sufrir depresión, desdicha o alienación, así y todo caían. La felicidad resultaba fugaz y no abundaba. Y los que no tenían recalaban en las cárceles, los hospicios, o las villas miseria.
La opinión pública era manipulada por los medios de comunicación en poder de grandes empresas. Y la de los disidentes no tenía mayor repercusión, apenas la indispensable para sostener los beneficios de la libertad.
Fue entonces cuando la gallina de los huevos de oro, amenazó con convertirse en un monstruo inhabitable por los seres humanos.
Los ecologistas se abocaron a la neutralización de diversos factores contaminantes, pero no atribuyeron la responsabilidad primaria a la acumulación de los huevos de oro (dividendos o utilidades), y solo incidentalmente a alguno de sus efectos, el consumismo, el desarrollismo, la deforestación, la caza de ballenas, o el empetrolado de los pingüinos.
Solo algunos advirtieron que se debía reducir la influencia de quienes acumulaban los huevos de oro, la producción irracional, la competencia desmedida, recuperar la ciencia y la tecnología para el bien común, si se quería que la gallina volviera a la normalidad.
Cualquier coincidencia de la gallina con la Naturaleza y la vida humana es mera casualidad, o confusión atribuible a maliciosos partidarios de una vida en la que la felicidad pudiera ser menos fugaz.

Ediciones Agua Clara
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