Mis recuerdos de la calle Nueva York van aflorando lentamente, como si fueran capítulos de una historia lejana. Es típico en las persona de edad. Puede ser que no recuerden si cerraron la puerta con llave hace apenas unos minutos, pero los recuerdos de la infancia salen a flote sin cesar.
La Nueva York es sinónimo de mi niñez. Es así como me veo caminando y haciendo equilibrio sobre el borde adoquinado y desparejo de la vereda, después que mi madre me vistiera lindo, limpio e impecable por la tarde. Y es así como también me veo con mi medio cuerpo empapado, sucio y hediento, después de haberme caído así vestido, dentro del agua de desperdicio que siempre corría entre la vereda y la calzada. Las travesuras no terminaban ahí. En compañía de amiguitos y cuando creíamos que nadie nos miraba, revolvíamos esas aguas en busca de monedas caídas. Siempre algunas había.
Mis vivencias no dejan de aparecer ante mis virtuales retinas. Veo a los marineros de los barcos que atracaban frente a los frigoríficos, paseando por la calle, la mayoría borrachos después de saciar su sed de cerveza en el bar de Dawson.
Veo el cine San Martín de Domingo Leveratto e hijos. Veo las películas en episodios de cow boys mudas, en blanco y negro, cuando el muchacho siempre llegaba a tiempo para salvar a la muchacha en manos del villano. Pero cuando el tren ya estaba por hacer trizas al cuerpo de la heroína atada sobre los rieles, aparecía una leyenda que decía: -vea la continuación en el próximo episodio-, y nos quedábamos con mucha bronca y con las ganas de ver el desenlace. Tom Mix, Buck Jones, Tom Tylor eran los héroes. Los fines de semana, se proyectaban tres películas en tres sesiones diarias: matinée, vermouth y noche. Los demás días no había matinée. El precio de la entrada: ¡15 centavos!
No recuerdo la fecha exacta cuando sucedió, pero el incendio del buque petrolero San Blas es el que predomina entre los recuerdos. Una gran explosión me despertó en medio de la noche. Me vestí a prisa y salí para ver lo que sucedía. Un mar de gente corría por la calle Nueva York. Algunos por curiosidad y otros escapando ante el temor de que el fuego se propagara hacia los cercanos tanques de YPF. Muchos ya gritaban, producto del terror: –¡se está quemando la destilería! Sólo alcancé a ver desde el portón de mi domicilio, el cielo enrojecido por un incendio dantesco. A pesar de sentir el mismo temor, me volví a mi cama después de un largo rato. Creo que no pude dormir. Acabo de informarme a través del Internet, que el siniestro se produjo el jueves 28 de setiembre de 1944.
Basta por hoy. Hasta el próximo capítulo, si es que mi memoria se sigue comportando así.
Siempre con la misma intención de colaborar, me despido cordialmente.
Milo
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