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De Milo Auerbach el 28/11/2006













Historias personales en la calle Nueva York

de aquellos tiempos.

La colectividad judía de Berisso estaba integrada por inmigrantes cuya mayoría vivía en la calle Nueva York y alrededores, atendiendo talleres, negocios o trabajando en los frigoríficos. Tres instituciones los agrupaban: El Banco Cooperativo, La Ezrah y la Juventud Israelita Argentina de Berisso (J. I. A. B.). Las dos primeras eran de ayuda a los judíos que la requerían. La tercera era de carácter social y deportivo. La Ezrah, además, tenía a su cargo una sede social ubicada en la calle Río de Janeiro 4596, entre Valparaíso y Montevideo, en donde funcionaban todas las demás instituciones junto a una biblioteca, a la sinagoga y a la escuela judía. Allí los judíos se reunían para practicar algunos juegos o deportes, los domingos en los bailables que la J. I. A. B. organizaba, cuando había funciones de teatro en idish, en las festividades religiosas, etc. El teatro lo presentaba el "cuadro filodramático", con mi padre al frente de la dirección. El apuntador obligado porque leía muy bien, era el aceitero Shaike Rosembaum. Mis padres siempre fueron los primeros actores. El producto de las recaudaciones eran destinadas a mantener las entidades.
Sucedió en una función.
Como parte del argumento, una señora pariente lejana, Fani Glaser a quien yo llamaba tía y que en la obra hacía de madre, recibía de manos de un soldado, un telegrama en la que se le notificaba que su hijo Milton había desaparecido en la guerra. Mi padre asumía el papel de Milton. Yo formaba parte del coro. Después de leer la mala noticia, la madre tenía que exclamar: -¡Hijo mío!- y caer desvanecida sobre un sofá detrás suyo. Con mucha inteligencia, antes de proceder al desmayo, miró con disimulo hacia atrás para asegurarse la presencia del indispensable mueble. Su sorpresa y desesperación no pudo haber sido mayor. ¡No había ningún sofá!... De ninguna manera estaba dispuesta a desplomarse sobre un pelado y duro piso. Como pariente inteligente que era, no perdió la serenidad a pesar de la situación, y comenzó a barrer con su vista el panorama. Gracias a su buena estrella encontró con rapidez el ansiado y blando sofá, justamente en otro extremo del escenario. Con el telegrama en la mano y con paso firme, recorrió las tablas punta a punta. Dio media vuelta, volvió a leer el telegrama, exclamó por segunda vez -¡hijo mío!- y por fin se desmayó sin problemas y con la feliz sensación de la labor cumplida. En uno de los momentos mas dramáticos de la obra teatral, el público rompió a carcajadas. La madre de Raquel Glaser de Makler, que también envió recuerdos a la página web de Olga y Daniel, fue la protagonista de este singular episodio. Una buenísima y agradable mujer a quien todos queríamos.

Adjunto foto de esa representación en la que aparece Milton herido después de la guerra, acompañado de su prometida (mi madre), y copia del programa impreso para esa ocasión.

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