Historias personales en la calle Nueva York de aquellos tiempos.
Apenas yo tenía 6 años y no dejaba de hacer travesuras que a veces molestaban a mis mayores. El amigo de mi familia y al cual me referí antes, el Sr. Mauricio Arinovich, siempre me amenazaba con traer al "vigilante negro de la esquina" si yo me portaba mal. Un día, con el consentimiento de mis padres y usando los avanzados métodos de educación en aquel entonces, hizo realidad lo que yo jamás creí que podía suceder. Puso frente a mí al agente de policía de turno apostado en la esquina de la Nueva York y Marsella . Yo temblaba de terror porque además de policía, era negro de verdad. Me arrinconó contra un pared de mi departamento, y moviendo su dedo índice casi sobre mi nariz a manera de advertencia, aseguró con llevarme preso si incurría otra vez en alguna mis andanzas. No le valió de nada al entremetido gran amigo de mi familia. Yo seguí haciendo travesuras, pero el terror a los agentes uniformados me duró hasta casi los veinte años.
Corría el año 43. En época de vacaciones yo me ganaba la vida haciendo rendir algunos de mis hobbies. Me gustaba encuadernar. El amigo solterón Aaron Alterman, vecino a mi departamento, me propuso ser socio en esa actividad. Él pondría el material y yo el trabajo. Acepté. Mandé imprimir hojas de propaganda en las que decía: "Primera vez en Berisso. Taller de encuadernación a precios sin competencia. Teléfono 16"- No nos iba mal. Uno de nuestros clientes era el amigo con el cual jugaba al ajedrez, Jorge Ferreyra, quien, muy satisfecho con nuestro trabajo de encuadernación de sus ejemplares de la revista "Aquí Está", me entregó un valioso diccionario en malas condiciones para que lo renovara. Era un Appleton perteneciente a una maestra amiga. Uno de los pasos a seguir en el proceso de encuadernación, consiste en guillotinar el borde sucio y deteriorado de las hojas. Esto lo hacía en el taller de imprenta que Isidoro Muchnik y su esposa Rosa Fatelevich, tenían en la calle Montevideo más allá del cine Victoria. Ellos me facilitaban su guillotina en forma gratuita. No sé que me pasó ese día. Lo cierto es que cuando retiré de la guillotina el diccionario semi encuadernado, noté con horror que le faltaban los primeros renglones de la parte superior. A pesar de que no era un día caluroso, comencé a transpirar como esponja exprimida. En la desesperación, busqué los trozos cortados sin saber para qué diablos me podrían servir. No había forma de reparar el daño por más que buscara la manera de hacerlo. Inmediatamente dejé la encuadernación para dedicarme de lleno a la búsqueda de un diccionario igual. Pasé por todas las librerías existentes en Berisso y en La Plata. Más de un mes buscando sin resultado, mientras el amigo Ferreyra comenzaba a perder su paciencia. Todos los días me preguntaba por ese libro que alguien le había confiado. Jamás le iba a contar lo que pasó. Por suerte, la librería Peuser de La Plata solucionó mi angustioso problema. Lo consiguió en una de sus sucursales. -Te felicito-, me dijo Ferreyra, -¡quedó como nuevo!.. Por un buen tiempo no volví a encuadernar.
Milo.
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